La Luna Teletransportadora

30 junio 2012

La noche me confunde


Al escribir esta historia hay algo sobre lo que me gusta hacer hincapié: la noche. Ese momento en el que la luz del día es sustituida por la oscuridad que lo envuelve todo, y parece que las sombras cobran vida, se me hace el más propicio de los contextos para desarrollar una historia con la magia como protagonista.
Es, por un lado, otro de esos típicos tópicos; estereotipos demasiado trillados en el mundo de la fantasía. Sin embargo, aunque viejo y desgastado, se ha convertido en un aforismo que hace que, si la noche cae, todo sea posible: mientras que la aparición de un fantasma a la luz del día parece extraña y rocambolesca, durante la noche, a la luz de una perlada luna llena, parece que todo es factible. De ahí que la utilización de un estereotipo tal nos sirva, intentando no caer en la redundancia, para crear un entorno creíble.
Por otro lado, en cambio, quisiera marcar una diferenciación respecto a la generalidad. Una diferenciación que, aunque no osaré calificar como genuina, hemos de admitir que no está aún especialmente extendida. La noche, la oscuridad, el color negro, las sombras… son sinónimo de maldad.
No para mí.
He de admitir que, de siempre, me han fascinado, a la par que aterrorizado, las tinieblas. Los personajes oscuros han sido siempre mis favoritos. Y no podía ser menos en mi propia historia. Como digo, en esta ocasión, el mal no se esconde en la penumbra, sino a plena luz del día. Ahí es donde me gustaría marcar la diferenciación: por una vez, las tornas se cambian, la cegadora luz es la herramienta del mal, mientras que el bien se viste de negro.
“Teme a la noche, pues es difícil vislumbrar en las tinieblas. Pero teme más el día, ya que solo su luz proyecta las sombras tras las que el mal se esconde.”

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