Al escribir esta
historia hay algo sobre lo que me gusta hacer hincapié: la noche. Ese momento
en el que la luz del día es sustituida por la oscuridad que lo envuelve todo, y
parece que las sombras cobran vida, se me hace el más propicio de los contextos
para desarrollar una historia con la magia como protagonista.
Es, por un lado,
otro de esos típicos tópicos; estereotipos demasiado trillados en el mundo de
la fantasía. Sin embargo, aunque viejo y desgastado, se ha convertido en un
aforismo que hace que, si la noche cae, todo sea posible: mientras que la
aparición de un fantasma a la luz del día parece extraña y rocambolesca,
durante la noche, a la luz de una perlada luna llena, parece que todo es
factible. De ahí que la utilización de un estereotipo tal nos sirva, intentando
no caer en la redundancia, para crear un entorno creíble.
Por otro lado,
en cambio, quisiera marcar una diferenciación respecto a la generalidad. Una
diferenciación que, aunque no osaré calificar como genuina, hemos de admitir
que no está aún especialmente extendida. La noche, la oscuridad, el color
negro, las sombras… son sinónimo de maldad.
No para mí.
He de admitir
que, de siempre, me han fascinado, a la par que aterrorizado, las tinieblas.
Los personajes oscuros han sido siempre mis favoritos. Y no podía ser menos en
mi propia historia. Como digo, en esta ocasión, el mal no se esconde en la
penumbra, sino a plena luz del día. Ahí es donde me gustaría marcar la
diferenciación: por una vez, las tornas se cambian, la cegadora luz es la
herramienta del mal, mientras que el bien se viste de negro.
“Teme a la
noche, pues es difícil vislumbrar en las tinieblas. Pero teme más el día, ya
que solo su luz proyecta las sombras tras las que el mal se esconde.”
Te extraño
ResponderEliminarMe encanta!!
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